Crecimiento Espiritual

Acompañando en el Duelo

Nota Editorial: texto previamente publicado por Protestante Digital. Fue escrito por la colaboradora Gina Campalans para circunstancias «normales» de la vida. Nos resta encontrar maneras de acompañar el duelo desde el confinamiento. Escríbenos en los comentarios algunas ideas que hayas utilizado o visto en práctica en estos días de cuarentena. Esto sería una gran ayuda para todas, mientras estamos cercadas de personas que han perdido un ser querido.

¿Qué hacer con quien sufre la pérdida de un ser querido? ¿Cómo podemos ayudarle? ¿Cómo hemos de comportarnos?

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El desafío que supone el duelo, implica nada más y nada menos que, aprender a vivir con la ausencia del ser querido y encontrarle un nuevo sentido a la existencia. Este camino puede ser muy largo y doloroso para unas personas y no lo será tanto para otras. La mejor manera de ayudarlas es acompañarlas en su camino y respetar el tiempo que necesiten para recorrerlo. 

Es muy importante transmitir a las personas en duelo que lo mejor que pueden hacer por ellas mismas durante el período de duelo es permitirse atravesarlo completamente a su manera. Y es que no existe una manera correcta ni una cantidad de tiempo concreta. El dolor que cada persona siente por la pérdida de un ser querido, no se lo podremos evitar, aunque si lograremos, con nuestra compañía, nuestro amor y compartiendo con ellos sus lágrimas, aliviarles su pena. Y de esta manera estaremos cumpliendo uno de los llamamientos que tenemos como cristianos: vendar a los quebrantados de corazón y consolar a los enlutados,(Isaías 61: 1-3).

¿Qué hacer con quien sufre la pérdida de un ser querido? ¿Cómo podemos ayudarle? ¿Cómo hemos de comportarnos? Cuando alguien cercano pierde un ser muy querido, solemos decir: «si me necesitas llámame, para lo que sea». Seguro que lo decimos de verdad y desde el corazón, pero lo primero que tenemos que saber es que los dolientes no tienen apenas voluntad ni fuerza siquiera para pedir ayuda. Resulta bastante ilógico pensar que alguien sumido en la mayor de las tristezas, sin apenas fuerzas para vivir y sostenerse en pie, que no puede apenas comer, dormir, y que tiene dificultades incluso para respirar, pueda descolgar el teléfono o dirigirse hasta tu puerta para decirte «te necesito». Se debe asumir por tanto que hay que tomar la iniciativa. No debemos esperar a que acudan a nosotros. No nos limitemos a decir: «Si hay algo que pueda hacer…» sencillamente, hazlo. La personas en duelo tienen tendencia en muchos casos al aislamiento, por eso es conveniente saber ofrecerles ayuda y anticiparse a sus necesidades. Conviene mantener el contacto a lo largo del tiempo, y no limitarlos sólo a las primeras semanas. Son preferibles las visitas cortas y frecuentes, que las prolongadas y distantes. 

ASPECTOS PRÁCTICOS: Pero ¿qué hacer… qué decir… para ayudar a quien está en duelo? Veamos algunos consejos prácticos:

ACOMPAÑAR: Cuando se acompaña, no siempre es necesario hablarLa compañía en silencioes mejor que la soledad. Un abrazo a tiempo puede ser la mejor de las medicinas. Por ello lo mejor en esos momentos es simplemente estar. Sujetar una mano…… acariciar una mejilla… oprimir un hombro y ofrecer todo el apoyo que creamos necesario tanto física, emocional como espiritualmente. No nos mantengamos alejados por no saber qué decir o hacer. Nuestra sola presencia puede infundirles ánimos. 

SERENAR: Adoptar un aire reposado y calmarles con palabras cariñosas y gestos suaves. Admitir con tolerancia las posibles manifestaciones de rabia, ira, llanto o cualquier otro brote de sentimientos y emociones contradictorios. 

NORMALIZAR: Recalcar las veces que sean necesarias que es normal que se sientan en ese estado de confusión, insistiendo en que no se están volviendo «locos» y que todos esos sentimientos por extraños y virulentos que sean, son totalmente normales ante la situación que están viviendo. 

ESCUCHAR, PERMITIR Y FAVORECER SU DESAHOGO: Es muy importante para el doliente que sienta que comparten su dolor. Hay que favorecer que expresen libremente sus sentimientos y estar solícitos para escuchar. La escucha es esencial y una buena forma de aliviar su pena. Puede que necesiten hablar mucho de su ser querido, de cómo sucedió el accidente o la enfermedad, qué pasó antes o qué siente por ello. Por el contrario hay personas a las que les cuesta hablar y expresar lo que sienten. Lo mejor es liberarles de que se sientan obligados a «comportarse» de un modo determinado. No presionarlos para que dejen de llorar, todo lo contrario, permitir su llanto. Ser pacientes y comprensivos. No pensar que la persona que acompaña y escucha tiene que ocultar sus sentimientos para que no les afecte a ellos, ¡es muy sanador, para ambos, llorar con los que lloran! “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”. (Ro.12:15).

NO HAY QUE CAMBIAR DE TEMA SI EL DOLIENTE NOMBRA AL FALLECIDO: Muchas personas agradecen muchísimo oír hablar a los amigos y familiares de las cualidades y formas de ser únicas del fallecido y por las que sentían gran cariño. 

COMPRENSIÓN: No digamos: Se cómo te sientes» ¿De verdad lo sabemos?… ¿Cómo comprender, por ejemplo, lo que sienten unos padres cuando muere un hijo si no se ha experimentado esa misma pérdida? o bien… ¿cómo entender a una mujer que acaba de perder a su esposo y con él su proyecto de vida? Y aun si lo hemos experimentado, debemos tener en cuenta que no todo el mundo reacciona exactamente igual. 

EVITAR LAS FRASES HECHAS: Frases como: «La vida sigue»…»Dios lo ha querido así»… “Tienes otros hijos, marido, etc.”… “Eres joven, podrás tener otros hijos”… “Ya ha dejado de sufrir”… “Está en un lugar mejor”… “Es mejor que haya sido así”, suelen provocar más dolor, desconcierto y hasta rabia e indignación. Evitemos pronunciarlas. Si no sabemos qué decir, es mejor no decir nada. Que sientan que hay alguien preocupado y ocupado de ellos y de sus familias. 

BRINDARNOS EN TODO LO QUE PODAMOS: Los primeros días: ¿Hay que realizar ciertas gestiones? ¿Se precisa que alguien cuide de los niños? ¿Se tienen que hacer las tareas de la casa? ¿La compra? ¿Necesitan alojamiento los amigos y parientes que han llegado de fuera? ¿Hay que ir a recogerles al Aeropuerto? Las personas que acaban de perder a un ser querido suelen estar tan aturdidas que ni siquiera saben lo que ellas han de hacer, por lo que difícilmente podrán decir a los demás en qué les pueden ayudar. Por lo tanto noesperemos a que nos lo pidan; ¡Tomemos la iniciativa! 

Semanas, meses y tiempo después: En meses y años siguientes, las personas que han experimentado la pérdida pueden sentir mucha angustia cuando llegan aniversarios como bodas, cumpleaños, el del fallecimiento, etc. Se puede marcar en la agenda estas fechas para ponernos en contacto y así darles apoyo moral, si lo necesitan. 

EVITAR DAR CONSEJOS FÁCILES O SOLUCIONES INMEDIATAS: No hay que atosigarles con consejos o exigirles que tomen decisiones inmediatas ante asuntos tan importantes como el cambio de domicilio, la venta de la vivienda, el reparto de bienes y objetos personales, cambiar de ocupación, ciudad o trabajo, etc., etc. Todo esto debe de irse solucionando poco a poco, ¡habrá tiempo para ello! Se les puede ayudar diciéndoles que no tengan prisa en tomar decisiones. 

SER HOSPITALARIO: Es preferible en vez de decir: «ven a casa cuando quieras», concretar el día y la hora de la invitación. No rendirse enseguida si rechazan la invitación. 

ESCRIBIR UNA CARTA, UN EMAIL O HACER UNA LLAMADA: Con frecuencia se pasa por alto el valor de una carta de pésame. Personas que han pasado por una pérdida importante, han comentado que les ayudó mucho recibir alguna tarjeta o carta/email de amigos y familiares, ya que podía leerla y releerla. 

DISPONIBILIDAD Y ESCUCHA, LAS CLAVES PARA ACOMPAÑARHace ya mucho tiempo que descubrí la importancia de estar disponible y de escuchar con interés a cada persona que tenga algo que contarme. Una querida amiga mía misionera, se ríe de mi porque asegura que siempre que me llaman para pedirme una cita para asistir a las reuniones de la Asociación, acabo pronunciando la frase: – “Bueno ahora, cuéntame tu historia”- Muchas personas están ávidas de hablar, de relacionarse, de contar sus problemas, de comunicarse, pero no siempre encuentran a un interlocutor que les preste la debida atención. Si escuchas pacientemente tarde o temprano te mostrarán lo que les aflige de verdad. Para escuchar hay que saber respetar los silencios, no tener prisa, permanecer tranquilos y permitir que la persona siga expresando sus sentimientos y emociones sin interrumpirla. De vez en cuando conviene hacer alguna pregunta para que pueda percibir que estamos entendiendo su situación. Si vislumbran por tu parte un interés excesivo se pueden asustar de lo que están contando. Probablemente era algo personal, quizás no se lo habían contado a nadie anteriormente y sin saber por qué, te lo están contando a ti. Te están abriendo su corazón, están exponiendo sus problemas más íntimos por que han hallado el ambiente idóneo para hacerlo. Crear ese ambiente, esa intimidad, es vital para obtener la información necesaria que nos permitirá ayudar de forma eficaz. Algo fundamental a la hora de escuchar mientras alguien nos abre su corazón, es compartir nosotros también, algo que le muestre a la otra persona que confiamos en ella, es decir, que la intimidad no sea solo unidireccional, sino que ella pueda percibir que es digna de confianza y que nosotros comprendemos su lucha, crisis de fe, sufrimiento, temores, inquietudes, inseguridades, etc., ya que nosotros mismos también estuvimos en algún momento ahí, en el mismo lugar en el que ella se encuentra. 

NUESTRO DEBER COMO IGLESIA: en nuestro alrededor, dentro y fuera de la Iglesia, hay muchas personas que están clamando en silencio para que alguien se detenga y se dé cuenta de su dolor, para que alguien se interese por la difícil situación que están atravesando y a la que no ven una salida, para que alguien las abrace y les diga: -“tranquilo, no estás solo, estaré a tu lado mientras dure tu sufrimiento, puedes llorar sobre mi hombro”-, y si estuviéramos atentos y fuéramos sensibles las reconoceríamos, pero en general, todos estamos tan ocupados en nuestros asuntos que no tenemos tiempo para nada más. 

Quizás es el momento de volver a escuchar estas palabras: Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. (Isaías 6:8)

Gina

Crecimiento Espiritual, Crecimiento Personal

No hay fórmulas mágicas para el dolor

Nota de la editora: una publicación de hace tiempo pero es muy relevante en estos momentos en que muchos van perdiendo seres queridos. Que este texto os pueda ayudar mientras pasáis por este momento difícil.

De parte de la asociación Decir Adiós en su celebración pasada de las jornadas de formación ´Acercamiento a la muerte´

Gina Campalans, de 56 años, perdió a su hijo mayor, David, hace ocho años. Sufrió, vivió con dolor mucho tiempo, pero aprendió a vivir echándole de menos. Años después decidió crear, con la ayuda de la Fundación Abel Matutes y de su amigo Bruno Reymond, la asociación Decir Adiós para ayudar a otras personas a afrontar la muerte de un ser querido.

¿Se puede aprender a decir adiós?
—Sí, no es fácil, pero se puede. Tenemos que aprender a vivir sin esa persona. El camino del duelo es nuevo, desconocido, y cada uno lo transita como puede.

—¿Cómo se aprende?
—El tiempo no lo cura todo. No es el tiempo el que hace que te recuperes de la muerte de un ser querido. Hace falta un trabajo personal. Depende de la actitud que tengas. Necesitas querer superar ese momento, poner de tu parte.

—¿La gente pide una fórmula milagrosa para que no duela?
—Desde el principio aclaramos que no hay fórmulas mágicas. El duelo es tremendamente doloroso y es peligroso refugiarse en sustancias porque pueden cronificarlo. Hay que atravesarlo. Hay que llorar, cuidarse y aprender a vivir sin esa persona. La vida continúa. Tenemos que seguir duchándonos, haciendo la compra, ocupándonos de la familia, etc

—¿Qué señales alertan de que un duelo no es normal?
—Hasta el deseo de morir cuando el dolor es insoportable, de irse con la otra persona, de no encontrar sentido a la vida sin ella, es normal durante un tiempo. Si transcurren seis meses y todos estos pensamientos persisten, hay que pedir ayuda a un profesional.

—¿Tener gente alrededor en esos momentos ayuda o molesta?
—La soledad es imprescindible para encontrarte con tu propio dolor, escuchar a tu corazón, tus pensamientos, llorar y sentirte triste, pero hay que hallar el equilibrio. El aislamiento es peligroso. Hay que dejar que los que nos rodean nos ayuden. A mí me ha ocurrido, había gente en casa y necesitaba estar sola, pero hay que dejar que los demás nos muestren su cariño.

—¿Hay buenas intenciones que hacen daño?
—Sí, muchas. Hay frases demoledoras. ´No te preocupes, tendrás otro hijo´. ´Era la voluntad de Dios´. ´Ha pasado a un lugar mejor´. ´Eres fuerte, lo superarás´. Mejor que estuvieran callados.

—¿Mejor un abrazo que una palabra?
—Robert A. Neimeyer, un psicólogo, decía que tres ´A´ son la clave de la ayuda a una persona en duelo: el amor, los abrazos y el azúcar.

—¿El azúcar?
—Sí. No sé el efecto que tiene, pero dicen que es estimulante.

—¿Hay duelo sin depresión?
—Sí. El duelo no es una enfermedad, pero puede derivar en patologías. La tristeza, la falta de ilusión, puede parecer una depresión, pero forma parte del proceso, no es una depresión. Hay que diferenciar una depresión de un duelo, pero un duelo mal elaborado puede derivar en una depresión.

—¿Un grupo de apoyo ayuda?
—Poner palabras al dolor ayuda a empezar a curarlo. La única manera de sanar el duelo es atravesándolo. Y la mejor forma de hacerlo es expresando los sentimientos que surgen: dolor, tristeza, ira, culpa, vergüenza, añoranza, incredulidad, etc. Las personas que mejor nos comprenden son las que han pasado por esa situación y que no nos juzgan cuando, pasado un tiempo, seguimos estando tristes o enfadados.

—¿Se llora mucho en los grupos de apoyo?
—Muchísimo. Se invierte mucho en pañuelos. El otro día me llamó una madre que acaba de perder a su hija. Estuvo al teléfono diez minutos. Solo lloró. Estoy segura de que saber que al otro lado había alguien escuchándola era terapéutico. Para mí lo era.

—¿Cuándo se sabe que ese dolor tiene un final?
—Hay un momento en el que la vida te vuelve a ilusionar. Vuelves a querer quedar con los amigos, salir a cenar, ver una película, disfrutar de un atardecer, etc. La propia vida te dice que estás dejando atrás ese dolor, te anima a seguir.

—¿Da miedo volver a pasar por eso?
—Yo no solo perdí a mi hijo, también a mis dos hermanos pequeños. ¿Miedo? Yo no lo he tenido, pero imagino que habrá gente que sí. La mayoría de las personas creemos que esto es algo que le pasa al vecino, pero no a nosotros porque nuestra cultura no aborda la muerte con naturalidad. He estado en África, en Mozambique, y en miles de familias faltan hijos. No diré que no sufren la muerte de sus hijos, pero la viven con más naturalidad. En nuestro mundo el impacto es mayor. De hecho, alejamos a los niños de todo lo relacionado con la muerte.

—¿Cómo pasa un niño un duelo?
—Depende del apoyo que tenga. A un niño hay que transmitirle la verdad con sencillez, naturalidad y con palabras que pueda entender. Si no se le engaña, no se le esconde lo que está sucediendo y se vela durante el tiempo que va a tener que enfrentarse a que mamá, papá o un hermano no va a volver, podrá atravesar el duelo de forma sana. No hay que engañarles. Nunca. Ni decirles que esa persona se ha dormido o que está enferma porque cuando estén enfermos pueden pensar que se van a morir o tener miedo a cerrar los ojos. Es importante no convertir en un tabú la muerte de esa persona, recordarla. En muchas familias el dolor es tan grande que se borra a esa persona, no se habla de ella y se quitan las fotos.

—¿La gente se siente culpable por reír o pasárselo bien?
—Sí. En los grupos de apoyo ayudamos a que la gente se permita disfrutar de la vida. Muchos padres se sienten culpables porque piensan que su hijo ya no puede hacerlo. Los momentos de dolor van a venir quieran o no. Ver una película, charlas con los amigos o tomar un café y reírse un rato, es sanador, necesario e imprescindible.

—¿El dolor desaparece?
—Sí. Aminora y llega a desaparecer. Recuerdo haber sufrido tanto que pensaba que jamás podría continuar, pero el dolor desaparece. Hay momentos, un comentario, una música, que te recuerdan a esa persona y vuelves a sentir casi el mismo dolor que entonces. Pero puedo garantizar que el dolor pasa.

Gina